HOY ESCRIBO, MIENTRAS MI ALMA LLORA

Con enorme cariño, a mi amigo Pbro. Jorge Antonio Laviada Molina.

Hoy escribo mientras mi alma llora, y con cada lágrima que se derrama, un recuerdo germina en el fértil campo de la memoria.

Como aquella vez, cuando después de recitar mis miserias y repetir las fórmulas que me tocan, en el improvisado confesionario, tu dijiste las que te corresponden, dictaste una benévola pero amorosa penitencia: "si sabes de alguien que lleve mucho tiempo sin confesarse, invítal@ a que lo haga pronto", luego colocaste tu mano sobre mi cabeza y perdonaste en nombre de Dios mis pecados, pero agregaste un sincero "Gracias Monfo".

Sorprendido te pregunté el motivo, y me contestaste: "Es que pocos de mis amigos se confiesan conmigo, no sé si les da pena que siendo amigo, me tengan que confiar sus pecados como sacerdote. Y si tú lo haces, significa que me tienes confianza, y te lo agradezco".

Una pequeña acción, que revela dos grandes cualidades y valores de los muchos que derrochaste siempre: Ser agradecido, aún en las pequeñas e insignificantes cosas, y ese enorme valor que hoy tanto nos hace falta: La Confianza.

La Confianza es como una lagartija de esas que habitan ahora nuestros hogares, se nos escabulle rápidamente, se esconde, es difícil atraparla y mucho menos retenerla, es más, ni queremos, preferimos que se vaya a su rincón y no nos moleste. La Confianza es una notable ausente hoy en día en las relaciones humanas, en todos los ámbitos, ya sea con amistades, en los negocios, o la política.

También me llega otro recuerdo, cuando me llamaste un poco desesperado, para decirme que habían retirado todas las bancas del templo de Nuestra Señora del Líbano para hacer una limpieza o pulido de los flamantes suelos de mármol, y el personal que estaba a cargo olvidó numerarlas o recordar en donde iba cada una, de modo que al tratar de retornarlas todas a su sitio, quedaron disparejas. Al parecer se habían fabricado cada una especialmente con la medida exacta para cada escalón y posición. Solicitaste mi ayuda y dijiste que convocarías al personal que ayudaría a cargarlas, y me llamarías nuevamente para poner en agenda una fecha y hora, para ver si con mi dirección como Ingeniero podíamos juntos resolver el rompecabezas. Nunca llamaste de nuevo, hoy las bancas siguen disparejas y desaliñadas. Ojalá se conserven así por toda la eternidad, como testimonio fiel de que supiste siempre escribir recto en un templo con bancas torcidas. Tal vez como metáfora de ese desorden e indisciplina que a veces atribuimos a los niños y niñas, a quienes maravillaste con tus fantásticas homilías en ese mismo lugar.




De un modo especial viene a mi memoria el día que recibí tu llamada para planear la posibilidad de que mi empresa instale un sistema de riego para la cancha de fútbol del Seminario Mayor, eso sucedió hace muchísimo tiempo, cuando aún no eras Rector de esa casa de formación. Me hablaste de la enorme importancia que en tu opinión, no compartida por todo mundo, tenía el hecho de que los futuros sacerdotes, y los que ya estaban ordenados y en funciones, hicieran un deporte. Considerabas primordial que los sacerdotes sean personas sanas, fuertes, y así gocen de energía suficiente para ejercer su ministerio con entrega y sin descanso. También mencionaste que eso contribuiría a cambiar un poco la imagen que la sociedad tiene del sacerdote gordito y panzoncito, a diferencia de la imagen de Jesús como hombre de cuerpo atlético y sano.

Cuando empezaron a notarse los cambios en el césped y las condiciones generales de la cancha gracias a tus personales y dedicados cuidados, alguna vez pensamos en la empresa en diseñar un anuncio publicitario que testimoniara los resultados, hicimos un bosquejo preliminar que no fue capaz de superar la censura interna y salir a la luz pública. Ni siquiera llegaste a enterarte de su existencia ya que se desechó el proyecto antes aún de solicitar tu autorización por la utilización de tu nombre.



Después de eso, en innumerables ocasiones recurriste a mi para dar mantenimiento, para asesorarte en el uso de fertilizantes y abonos. Fueron muchas llamadas y visitas a esa cancha, parecías obsesionado por que siempre estuviera en perfectas condiciones. En una ocasión enviamos Humus de Lombriz, un poderoso fertilizante orgánico que producen en Kekén, y te ofrecí personal para aplicarlo y extenderlo por toda la cancha, rechazaste esa ayuda, me respondiste: "Quiero que lo hagan los seminaristas con sus propias manos, deseo que se identifiquen con su cancha de fútbol, que aprendan a cuidarla y que se sientan orgullosos cuando la vean reluciente y lista para jugar un buen partido de fútbol, que le tengan cariño".

Ahí conviviste y fortaleciste los lazos de hermandad con tus colegas sacerdotes y con tus alumnos, en algunas ocasiones también con tus amigos laicos. Te esmeraste en esa cancha de fútbol como si hubieras sabido siempre que ahí daría inicio tu viaje de regreso al Padre, la regaste con tu alma y la abonaste con tu sabiduría de buen amigo y eterno sacerdote.

Hoy te lloro, lloro tu ausencia, lloro por lo que nos faltó convivir, lo que te faltó crecer, lo que te faltó seguir amando. Frecuentemente imaginaba que llegaba tu nombramiento como Obispo, me gustaba imaginar que ese otro fantástico amigo y tocayo tuyo requería tu presencia en Roma para ayudarlo en esa tarea a la que dedicaste tu vida, la FORMACION. Ignoro si existían esos planes, pero me gustaba imaginarlos posibles.

Acudiste puntual a tu cita. Ya lo dijiste desde que se fue nuestro amigo Roberto: "Nunca es temprano ni tampoco tarde para el encuentro con el Señor, porque ese es un encuentro de Amor, y el Amor, siempre es puntual"

Gracias Jorge, Gracias, muchas Gracias por tu amistad. Nos vemos pronto.


©2014. Raúl Asís Monforte González. Todos los derechos reservados.

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