SIEMPRE HAY OPORTUNIDAD DE AGRADECER

- ¡Este señor es un hombre muy importante, déjenlo pasar, yo me hago responsable! - Ordenó con autoridad y firmeza el gerente de servicios en tierra de la aerolínea Mexicana de Aviación.

Sin salir de su asombro, el responsable del filtro de seguridad en la terminal 5 del Aeropuerto O'Hare de la ciudad de Chicago (ORD), apenas atinó a señalar:

- Está bien, pero ese bate se tiene que quedar aquí.

- Entonces entréguemelo.

El gerente se dirigió entonces a mi, y dijo:

- No se preocupe por el bate, yo me encargo de documentarlo para que usted lo reciba correctamente junto con su equipaje. Ahora lo que tiene que hacer es correr a la puerta M19 lo más rápido que pueda, ahí le estarán esperando para ayudarle a abordar su vuelo a la Ciudad de México.

Apenas tuve tiempo suficiente para reaccionar y obedecer la instrucción, corrí lo más rápido que pude, y así logré alcanzar el vuelo.

Sucedió hace aproximadamente 10 o 12 años, asistí a una sesión de entrenamiento en ventas, instalación, mantenimiento y operación de fuentes flotantes para lagos, marca Aqua Control, que mi empresa representa en México, y cuya fábrica tenía en ese entonces su sede en un pequeño poblado llamado Peru, del estado norteamericano de Illinois.

Al concluir el seminario técnico por la tarde, emprendí el regreso a la Ciudad de Chicago en el automóvil de alquiler que había contratado a mi llegada un par de días atrás, en el trayecto me detuve en una tienda de artículos deportivos llamada Sport's Authority, para adquirir aquel flamante y recio bate de béisbol, solicitado por mi hijo mayor, con el cual prometía disparar algunos cuadrangulares y hacer ganar a su equipo que competía por ese entonces en la Liga Yucatán. Llegué muy tarde por la noche a un modesto hotel cercano al aeropuerto, apenas para descansar lo suficiente y emprender el regreso a casa al día siguiente muy temprano por la mañana.

Necesitaba llegar a tiempo para la ceremonia de las vestiduras de mi hijo Raúl, evento que se realiza el día previo a la recepción por primera vez, del Sacramento de la Eucaristía, para los niños que se preparan de acuerdo con la catequesis del buen pastor. Pero el cansancio del viaje y la asistencia al curso hicieron de las suyas, mi despertador no logró su objetivo y para cuando abrí los ojos y pude levantarme, ya era muy tarde. Lo más rápido que pude me alisté, subí mi equipaje al automóvil y consulté el mapa y las indicaciones para llegar al sitio en donde debía devolverse el auto de Avis. Equivocaciones al seguir dichas instrucciones, la consabida llenada del tanque de gasolina y la desesperación, agregaron mayor dramatismo a la situación.

Para cuando alcancé a presentarme al mostrador de Mexicana, ya el vuelo estaba cerrado. Expliqué al Gerente mi situación, la importancia de llegar a la ceremonia de mi hijo Raúl y todo lo sucedido. Pareció entenderme y sentirse conmovido, incluso noté su deseo de ayudar, pero en verdad nada podía hacerse. De pronto vio algo en la pantalla de su ordenador que dibujó en su rostro una sonrisa, al parecer había ocurrido un incidente con un pasajero de ese vuelo, que obligó a re abrirlo para bajarlo de la nave, no recuerdo bien si estaba alcoholizado o habría presentado síntomas de alguna enfermedad que ponía en riesgo su presencia en dicho vuelo, ni me importó demasiado el motivo, solo sé que el Gerente me documentó en un instante y me pidió que lo acompañara corriendo hasta el filtro de seguridad, en donde ocurrió lo que he narrado al inicio de este relato.

Ya sentado cómodamente en mi asiento de la aeronave, mientras disfrutaba de esa extraña sensación de alivio que se produce cuando la adrenalina se estabiliza en el cuerpo después de vivir una experiencia como esa, me detuve a pensar que no tuve ni siquiera oportunidad de agradecer a ese amable gerente su heroica acción, reacción, y dedicación para lograr subirme en el vuelo que me llevaría a la Ciudad de México y posteriormente a Mérida. Ni siquiera tuve la ocurrencia de preguntar su nombre. Pero la vida siempre nos ofrece una nueva oportunidad de mostrar nuestro agradecimiento cuando menos lo imaginamos.

Hace apenas unas cuantas semanas, regresé de nuevo a la hermosa ciudad de Chicago para asistir a una Exposición y Congreso sobre Energía Solar, la famosísima "Solar Power International Show & Expo 2013", presentada en el majestuoso Centro de Convenciones McCormick Place. Cuando hubo terminado, me presenté al enorme aeropuerto O'Hare, esta vez sin prisas ni contratiempos, e hice la fila para pasar a documentar en los mostradores de Aeroméxico. Al llegar mi turno y disponerme a entregar mi pasaporte al ejecutivo detrás del mostrador, recordé ese rostro amable que alguna vez, aproximadamente una década atrás, había dado el extra y recorrido un camino mas allá de su responsabilidad como empleado de una aerolínea, para servir a un cliente. Le narré el episodio y le pedí me confirmara si se trataba de la misma persona. El también recordaba vagamente los hechos, me dijo que al irse a la quiebra Mexicana de Aviación, Aeroméxico le habría ofrecido el mismo puesto. Ahora ya sé que su nombre es Christian Miramontes, estreché su mano y le expresé mi agradecimiento por aquello que sucedió varios años antes, sentí una profunda satisfacción por haber contado con esta oportunidad de que oyera de mis labios esa mágica palabra que a veces olvidamos pronunciar: ¡Gracias, Muchas Gracias Christian Miramontes!


Raúl Asís Monforte González.

PD. Esta es una anécdota real, posiblemente unos detalles contengan alguna inexactitud sin importancia derivada de las fallas que a veces se cuelan entre las rendijas de nuestros recuerdos. Por supuesto he de decir que llegué a tiempo a la ceremonia de vestiduras de mi hijo Raúl y que el bate de béisbol llegó perfectamente adherido con una cinta a mi maleta. Algunos jonrones han pasado desde aquella fecha, hoy Raúl cursa la carrera de Arquitectura en la Universidad Marista, ya no practica el béisbol, ha cambiado su sueño de firmar un contrato con los Yankees de New York, por elaborar flamantes maquetas y planos de modernos edificios. Yo sigo emocionándome con cada nuevo proyecto que me propongo llevar a cabo en mi empresa, y Christian Miramontes continúa sonriente detrás del mostrador, ofreciendo lo mejor de su esfuerzo por servir a los clientes de la empresa para la cual trabaja.

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