EL BALON QUE ME REGALO CAPULINA

Una lluviosa tarde hacia finales de la década de los 70's, recogí muchos dulces de las piñatas que se rompieron en el cumpleaños de Lilí, una vecina mía de la calle 31A en la colonia Alemán, donde transcurrió una parte importante de mi niñez; y entre ese tesoro de variadas y apetitosas golosinas, había numerosos chicles “Motita” que vorazmente mastiqué y de los cuales cuidadosamente recuperé 10 envolturas, la cantidad requerida para participar en el concurso de la televisión que tanto atraía mi interés. Con ilusión infantil compré mi "sobre aéreo", aquél de las orillas con vivos de colores verde y rojo, introduje aquellos pedacitos de plástico de colores, escribí lo más pulcramente que pude los datos que se solicitaban para participar en el sorteo, y mis padres me llevaron a depositarlo a la oficina de Correos de la colonia Itzimná, previa compra y pegada, con lengua por supuesto, de los correspondientes timbres.

Habrán transcurrido tal vez un par de semanas, cuando un buen día un enorme camión se estacionó frente a mi casa, recuerdo vívidamente mi asombro al descubrir que su gigantesca caja tapaba por completo la casa de Doña Carmita, la vecina de enfrente, con todo y su paletería, inagotable proveedora de deliciosas paletas heladas con sabor de fruta. Jamás se había visto circular semejante monstruo por esas calles donde solíamos jugar plácidamente al fútbol con porterías de piedras, “El Ganso”, Ernesto, Carlos, Miguel, “Pelé”, los hermanos Willo y Favio, yo y algunos otros compañeros. Un amable señor toco a la puerta de mi casa y preguntó por el Señor Raúl Monforte, mi padre salió y preguntó: ¿En qué puedo servirle?, “es que Capulina le manda un regalo que se ganó en el sorteo” dijo el hombre, ahora mismo lo traigo. 

Para eso ya toda la familia nos encontrábamos a la expectativa, esperando con una mezcla de impaciencia, curiosidad y esperanza, a que un flamante automóvil nuevecito descendiera del inmenso trailer, pero no fue así, el tipo regresó con un pequeño bulto en sus manos, un balón de futbol de cuero, con todo y su red, y el “niplo” para inflarlo.

Jamás podré olvidar el intenso y penetrante olor a cuero que inundó todos los rincones de mi pequeña casa, pero nadie de la familia se atrevía a reprocharme el tener que soportar ese aroma, todos estábamos felices de que alguien de nosotros hubiera resultado afortunado ganador en un sorteo, jamás nos había sucedido algo similar.
Por mi parte, todos los días llevaba orgulloso a la escuela “el balón que me regaló Capulina”, para jugar una cascarita durante el recreo con mis compañeros de la primaria “Ignacio Zaragoza” en aquella “cancha” hecha de pavimento con gravilla suelta, que numerosos raspones nos causó en las rodillas o en otras partes del cuerpo dependiendo de la trayectoria de la caída.

Aquel balón, mientras duró, sirvió de extraordinario pretexto para fomentar una amistad duradera, sincera y fraterna, con Gabriel, Neto, Fidel, Víctor, Arturo, Alfonso, Quique, Papo, y muchos otros amigos.

Gracias Capulina, espero que allá en el cielo, donde seguramente ya te encuentras, San Pedro tenga al menos un viejo y apestoso balón de cuero, que te sea útil para afianzar una hermosa amistad con geniales seres humanos, como me sucedió a mí, y que los conserves por toda la eternidad.

Dedico este relato a mis amigos y amigas de la escuela Ignacio Zaragoza y a mis inolvidables maestras Lizbeth, Margarita, Alicita, Charito, Fay y Lichí, y muy especialmente a nuestra temida pero muy querida Directora: Fidelita.


Raúl Asís Monforte González.

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